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Para decir la verdad es necesario tener valor. Mentir es esconderse, no dar la cara, no reconocer ni enfrentar la realidad. Por eso el enemigo de Dios y de los hijos de Dios es el padre de las mentiras. Las mentiras impiden que nuestra verdadera identidad salga a la luz.

En mi casa no siempre podemos comer juntos, así como se ve en las familias bonitas de la televisión. El ritmo de vida que llevamos, los horarios de trabajo y colegio no siempre coinciden con la hora de comer. De todos modos, estamos luchando con el horario y hemos estado haciendo un esfuerzo de algunos días de la semana comer juntos.

Hace poco mientras comíamos mi hijo de 6 años nos confesó algo. Le habíamos servido su plato de comida, lo más balanceado posible, incluyendo vegetal. Ese día el vegetal que teníamos en nuestro menú era el brócoli. Mi hijo y el brócoli no se llevan muy bien que digamos. Anteriormente le poníamos el brócoli en su plato y confiábamos que se lo comería. Le preguntábamos y nos decía que se lo había comido. La cuestión es que mientras comíamos separados le salía el jueguito, ahora cuando vio que estábamos juntos y los brócolis en su plato nos dijo: “Papá, mamá tengo algo que decirles. Cuando ustedes me ponían brócoli yo iba rápido y los botaba en la basura. Nunca me los comía”.

Mi esposa hizo silencio, y me miró. En ese momento yo imaginé todas las veces que este niño había sido engañado de que lo mejor era mentir a sus padres. Me di cuenta que mi respuesta podía empoderar la idea de que mentir es mejor que decir la verdad. La Palabra de Dios declara que la verdad nos hace libres (Jn 8,32). Entonces le dije: “Mi hijo te felicito por habernos dicho la verdad. Hay que tener valor para dar la cara y decir la verdad. Déjame darte un abrazo”. Le vi el rostro de no-lo-puedo-creer. Ni su mamá ni yo le gritamos ni le castigamos. Le dije: “Por decirnos la verdad no tomaremos en cuenta ninguna de las veces que nos mentiste, no te castigaremos. Pero te tienes que comer el brócoli que hoy tienes en tu plato”.

No podíamos dejar pasar el que no se comiera el brócoli pero tampoco podíamos permitir que sintiera que mentir era la mejor solución. El sentir que es amado aún cuando falla o miente le capacita para dar la cara en situaciones futuras. ¿Acaso Dios no hace lo mismo con nosotros? ¿Cuántas veces no hemos fallado y Él no nos ha rechazado? ¿Cuándo fue la última vez que fallaste en algo y Dios te rechazó? Ese no es Dios. No es el Dios Padre que Jesús nos vino a presentar.

El Reino de Dios es un reinado de valientes que reconocen y dicen la verdad. Efesios 6 habla del ‘cinturón de la verdad’. Es importante ponerse cinturón o correa cuando no nos sirve el pantalón. Y hay que reconocer que ‘el pantalón del Evangelio’ a muchos no nos queda a la medida. Necesitamos algo que nos ayude a no salir por la vida con el pantalón cayéndose. Eso lo hace la verdad.

Choqué el vehículo nuevo

Hace poco les contaba en el blog que en mi casa habíamos adquirido de oportunidad un vehículo usado, pero para nosotros nuevo. Pues hace pocos días tuve un accidente buscando a mi hijo al colegio. No estoy todavía acostumbrado al tamaño de este vehículo y dando reversa choqué ligeramente un vehículo estacionado de uno de los otros padres del colegio. El vehículo en el momento del accidente estaba vacío, no había nadie ni dentro ni fuera, pero de repente llegan más vehículos y la posición en la que estaba debía moverme para que otros vehículos pudiesen pasar. En ese momento un hombre, al ver que me movía, sale al medio de la calle y me mira con cara de que yo me fugaría.

En ese momento, me di cuenta de que, eso precisamente es lo que parecía. Si después de un accidente, quien pega se mueve puede dar la idea que que se va. Fui y me estacioné. Salí de mi vehículo, espere a la dueña del vehículo al que le pegué. ¡Gracias a Dios no fue nada grave! La señora ve su vehículo y le pido excusas y que lo menos que yo podía hacer era pagarle el arreglo de su carro. Ella me dice que no cree que sea necesario pues parecía que era un daño muy superficial. Así quedeamos. Cuando me volteo para ir a buscar a mi hijo me detiene otra persona y me dice: “¿Eres Miguel Horacio, el que predica y ora por los demás?”.

Imagínate: ¿Cuántas veces no hemos dado la cara y otros nos han visto no reconocer nuestras faltas? o ¿Cuántas veces hemos dejado a Dios esperando que reconozcamos nuestra falla para el abrazarnos con Su perdón? La verdad que en ese momento yo no estaba cuidando mi reputación, pero si yo no hubiese dado la cara y enfrentado la realidad de que fallé hubiese dado el testimonio o imagen de que no creo en aquel que dijo YO SOY VERDAD.

El pedir perdón es una de las armas más poderosas del Reino de Dios. Jesús es perdón. El es el perdón de Dios. Cuando pedimos perdón sale la verdad. Cuando pedimos perdón reconocemos que necesitamos a Jesús y le damos la oportunidad a Él de intervenir. Quien no reconoce su faltas ante Dios ni ante sus familiares, amigos y/o vecinos se esconde de la Luz de Dios. Quien reconoce sus faltas y pide perdón se pone bajo el foco de Dios y Su luz hace que resurja la persona que Dios quiere que seamos.

Muchas veces yo tengo que pedir perdón a mi esposa, a mis hijos, a mi comunidad y a Dios. En esta escuela del pedir y dar perdón crecemos en la fe y la misericordia. He aprendido que cuando fallo, caigo en alguna tentación y peco no estoy siendo el verdadero Miguel Horacio. El verdadero Miguel Horacio no se esconde detrás de mentiras, reconoce su falla, da la cara. El verdadero yo es aquel que obedece a Dios valientemente.

Espero que Dios te cubra de Su Espíritu valiente. Su Espíritu Santo que te envaliente para dar la cara y pedir perdón a quien tengas que pedir perdón. No quiero que se te caiga el pantalón. Ponte el cinto de la verdad.

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